Kathleen Turner fue, durante una década, el arquetipo de la mujer fuerte, sensual y brillante en la pantalla grande. Pero a comienzos de los años 90, cuando su carrera parecía inquebrantable, su cuerpo comenzó a traicionarla. Fue diagnosticada con **artritis reumatoide**, una enfermedad autoinmune dolorosa y progresiva. El diagnóstico no solo afectó su movilidad: golpeó su voz, su presencia física y su energía. Y en lugar de recibir comprensión, **enfrentó sospechas y juicios despiadados de la industria y del público**.
La gente murmuraba. Los medios especulaban. Los productores dejaban de llamar. Pero nadie veía la batalla real que estaba librando: más de cien citas médicas al año, terapias físicas, corticoides, bastones, días en los que simplemente levantarse era un triunfo.
Turner, sin embargo, **nunca dejó de luchar**. Se reinventó en el teatro, donde la verdad del personaje pesaba más que la apariencia. En 2005, su interpretación de Martha en *¿Quién le teme a Virginia Woolf?* no fue un regreso: fue una reivindicación. Allí estaba ella, con una voz más ronca, un cuerpo distinto… y una fuerza interpretativa que desbordaba el escenario.
> “Actuar me salvó la vida. Me dio enfoque y me sacó de la cama cuando el dolor era demasiado”, dijo al *New York Times*.
No solo volvió: habló con honestidad de su enfermedad, del machismo y del culto a la juventud. En su libro *Send Yourself Roses*, escribió con valentía sobre el derecho a envejecer con dignidad y seguir creando con pasión.