Según la ciencia, perder a un perro es tan doloroso como perder a un ser querido.

Según la ciencia, perder a un perro es tan doloroso como perder a un ser querido.

La relación entre humanos y perros se ha forjado a lo largo de miles de años, hasta convertirse en una de las más sólidas y significativas en el reino animal. Hoy en día, múltiples estudios científicos confirman que perder a un perro puede desencadenar un proceso de duelo equiparable, en muchos casos, al dolor que experimentamos al perder a un ser humano cercano.

Pero, ¿por qué ocurre esto? En este artículo, exploraremos las razones biológicas, psicológicas y sociales que explican el fuerte vínculo emocional entre humanos y perros.

El fuerte vínculo humano-perro

Los perros (Canis lupus familiaris) han evolucionado junto a la humanidad, desarrollando habilidades sociales y comunicativas que fomentan la cercanía con sus cuidadores. Estudios etológicos sugieren que los perros prestan atención a nuestras expresiones faciales, interpretan gestos y muestran comportamientos de apego similares a los que se observan entre niños y padres. Esta interacción cercana favorece un lazo afectivo muy profundo, que a menudo conlleva considerar al perro como un miembro más de la familia.

Por otra parte, las investigaciones indican que muchas personas cubren con sus perros necesidades emocionales de apoyo, compañía y seguridad. Este estrecho nexo puede funcionar como un factor de protección contra el estrés y la soledad, proporcionando un recurso de bienestar psicológico. Cuando la relación se rompe debido a la muerte del animal, es común que la persona experimente tristeza intensa, añoranza y dolor profundo, emociones que también están presentes en el duelo por la pérdida de un familiar.

Proceso de duelo según la ciencia

El duelo es un proceso normal y adaptativo que ocurre tras la pérdida de alguien significativo. De acuerdo con varias investigaciones, las reacciones emocionales ante la muerte de un perro pueden asemejarse a las reacciones ante la pérdida de un ser humano. Este hallazgo, respaldado por métodos de autoinforme y escalas de medición de duelo, sugiere que el apego hacia el perro es un componente fundamental para entender la intensidad del dolor.

Según la literatura especializada, durante el duelo pueden presentarse varias etapas: negación, ira, negociación, dolor emocional y aceptación. Aunque dichas fases no ocurren necesariamente de forma lineal ni en la misma intensidad para todas las personas, permiten identificar síntomas comunes como la tristeza intensa, problemas de concentración, cambios de apetito e incluso alteraciones en la rutina diaria.

Algunos individuos desarrollan una modalidad de duelo complicado, caracterizada por una prolongación anormal de los síntomas, que puede requerir apoyo psicológico o profesional.

El componente biológico del apego

Diversas teorías evolutivas indican que la capacidad de establecer lazos afectivos profundos con otros seres vivos tiene su raíz en procesos adaptativos que facilitan la supervivencia. En el caso de los perros, su domesticación ha reforzado conductas prosociales y expresiones faciales que despiertan respuestas de ternura y protección en los humanos, activando circuitos cerebrales asociados con el cuidado y la recompensa. Los niveles de oxitocina, hormona vinculada al apego y la reducción del estrés, tienden a aumentar en humanos cuando interactúan con perros, lo que fortalece aún más el lazo emocional.

Este mecanismo biológico, si bien en un inicio pudo servir para fomentar la cooperación y seguridad dentro de núcleos familiares y tribales, hoy día se extiende a las mascotas. Así, el fallecimiento de un perro no solo implica la ausencia de un compañero, sino la pérdida de un estímulo que desencadenaba sensaciones de afecto y confort a nivel cerebral.

Comparaciones con la pérdida de un ser querido

Muchos propietarios reportan sentir un dolor emocional idéntico al que experimentarían si perdieran a un amigo o familiar. Esta equiparación no es resultado de un apego “exagerado,” sino de mecanismos psicológicos y sociales reales que subyacen en la relación humano-perro. A diferencia de otras interacciones interpersonales, el perro proporciona un tipo de apoyo incondicional y una presencia constante, aspectos que pueden hacer que su partida genere un impacto emocional especialmente fuerte.

Asimismo, las investigaciones muestran que ciertas personas pueden tardar varias semanas o meses en superar la ausencia de su animal. No es extraño que experimenten sentimientos de soledad, ansiedad o culpa, e incluso que presenten señales físicas de duelo, como fatiga o alteraciones del sueño. El carácter incondicional de la relación con el perro agrava la sensación de vacío, de modo que el proceso puede ser igual de doloroso que la pérdida de un ser querido humano.

La importancia del apoyo social y emocional

El duelo por la muerte de un perro puede verse intensificado cuando el entorno social minimiza la relevancia de esa pérdida. Es común escuchar frases como “Era solo un animal,” lo cual puede invalidar el dolor de la persona afectada y reducir el soporte emocional que recibiría en otra clase de pérdidas. El resultado puede ser un duelo silencioso y sin reconocimiento, lo que dificulta la recuperación y el reajuste.

Por ello, contar con espacios donde expresar abiertamente los sentimientos resulta beneficioso. Algunas personas optan por rituales de despedida o por guardar objetos del perro, como su collar o fotografías, lo que facilita la elaboración del duelo y el recuerdo positivo. Grupos de apoyo especializados, tanto presenciales como virtuales, también pueden ayudar a normalizar la experiencia y compartir estrategias de afrontamiento.

Recomendaciones para afrontar la pérdida

  • Reconocer el dolor:

Validar la experiencia de tristeza y dolor es el primer paso para un afrontamiento saludable. Aceptar que la pérdida de un perro puede ser tan dolorosa como la de un ser querido facilita la adaptación y el proceso de recuperación.

  • Expresión emocional:

Compartir con amigos, familiares o grupos de apoyo los sentimientos relacionados con la pérdida es de gran utilidad. Hablar sobre los momentos vividos con el perro puede ayudar a procesar el duelo.

  • Establecer rituales significativos:

Crear ceremonias o guardar recuerdos tangibles del perro (fotos, juguetes) contribuye a honrar su memoria y a canalizar la tristeza de manera constructiva.

  • Buscar apoyo profesional:

Si los síntomas de duelo se prolongan demasiado o interfieren seriamente en la vida cotidiana, es recomendable acudir a un psicólogo o profesional de la salud mental. La intervención temprana puede prevenir complicaciones emocionales a largo plazo.

  • Considerar el momento adecuado para una nueva mascota:

Algunas personas se sienten listas para adoptar otro perro poco después de la pérdida, mientras que otras requieren más tiempo. No existe una regla universal; es fundamental respetar el ritmo y las emociones individuales.

Conclusión

La evidencia científica respalda que el dolor por la muerte de un perro puede ser tan intenso como el que se experimenta ante la pérdida de un ser querido. La estrecha relación que se establece con los perros, basada en la cooperación, el afecto incondicional y la presencia constante, explica en gran medida la profundidad de este duelo.

Comprender los factores biológicos y psicológicos que intervienen en esta conexión permite dar pasos hacia un afrontamiento más empático y eficaz. Al validar y apoyar a quienes han perdido a sus compañeros caninos, se promueve un proceso de duelo saludable, que honra la importancia de estos animales en nuestras vidas.