Video Capítulo 10

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UNA PESADILLA DE 12 AÑOS: Desaparecieron en 2003, pero una lata de comida prueba que su horror apenas comenzaba

En julio de 2015, el sol castigaba las áridas tierras de la Sierra Tarahumara en Chihuahua. Un grupo de exploradores locales, dedicados a buscar vetas minerales en minas olvidadas, se toparon con un tiro casi oculto por la maleza y el derrumbe de rocas, lejos de cualquier sendero conocido. Impulsados por la curiosidad, aseguraron sus cuerdas y descendieron a la fría y silenciosa oscuridad. Lo que encontraron allí abajo no fue plata, sino la escena de un misterio que había atormentado a una familia por más de una década.

En el fondo de una galería, iluminada por la luz de sus lámparas, se erigía una casa de campaña para dos personas, cubierta por una gruesa capa de polvo. A su alrededor, mochilas de explorador, sacos de dormir y utensilios de cocina. Dentro de una bolsa impermeable, hallaron dos credenciales de elector a nombre de Javier Ríos y Sofía Torres, de la Ciudad de México. Pero junto a estos objetos de 2003, algo desafiaba la lógica y el tiempo: varias latas de frijoles y atún de una conocida marca mexicana y botellas de agua, con fechas de fabricación y caducidad que correspondían a los años 2012, 2013 y 2014. El hallazgo imposible transformó una vieja historia de desaparición en una pesadilla activa, planteando una pregunta aterradora: ¿qué les sucedió realmente a Javier y Sofía, y por qué su historia continuó una década después de que México los hubiera olvidado?

El Último Viaje a las Barrancas

Agosto de 2003. Javier Ríos, un ingeniero en sistemas de 29 años, y su novia, Sofía Torres, una diseñadora gráfica de 27, llegaron a Chihuahua para la aventura que llevaban meses planeando. Dejaron su Jetta en un hotel de Creel y, con sus mochilas cargadas de sueños y provisiones, se dispusieron a explorar a pie el corazón de las Barrancas del Cobre. Apasionados por el senderismo, querían desconectarse del bullicio de la capital y sumergirse en la belleza indómita de la sierra.

Los primeros días fueron de asombro. Las postales que Sofía envió a su familia hablaban de paisajes que “le robaban el aliento” y de la amabilidad de los rarámuris que encontraban en su camino. El último contacto conocido fue la tarde del 10 de agosto. Desde un teléfono público en un pequeño poblado, Javier llamó a su hermano a la Ciudad de México. La conversación fue casual. Le dijo que estaban agotados pero maravillados, y mencionó que el cielo se estaba nublando, anunciando uno de esos chubascos violentos de verano. Le aseguró que tenían todo bajo control y que llamarían de nuevo en un par de días. Fue la última vez que alguien escuchó sus voces. Después de colgar, Javier y Sofía se desvanecieron en la inmensidad de la sierra.

Una Búsqueda Contra el Desierto y la Montaña

Tal como Javier lo predijo, una tormenta feroz se desató esa noche, inundando cañones y borrando caminos. Cuando la pareja no regresó en la fecha prevista, sus familias, presas de la desesperación, denunciaron su desaparición. La Fiscalía General del Estado de Chihuahua, en coordinación con Protección Civil y el Ejército Mexicano, desplegó un operativo de búsqueda sin precedentes.

Decenas de rescatistas, voluntarios, helicópteros y unidades caninas peinaron la vasta y laberíntica red de barrancas. La tarea era titánica, como buscar una aguja en un pajar de miles de kilómetros cuadrados. Interrogaron a guías locales, a comunidades rarámuris, a turistas. Pero nadie los había visto después de esa última llamada. No encontraron absolutamente nada. Ni una mochila, ni un rastro de su campamento, ni una prenda de ropa. Era como si la tierra misma se los hubiera tragado. Después de semanas de búsqueda infructuosa, la operación se suspendió.

Doce Años de Silencio y Dolor

La investigación oficial exploró todas las líneas posibles. La más probable, un accidente. Una caída, un ahogamiento por una crecida súbita de un arroyo. Pero la ausencia total de restos era desconcertante. Incluso en la vasta Tarahumara, la naturaleza suele devolver algo.

Se consideró una desaparición voluntaria, pero fue descartada. Javier y Sofía amaban sus vidas, sus trabajos y a sus familias. No había movimientos bancarios sospechosos ni motivos para huir. La hipótesis de un acto criminal, un secuestro o un asalto por parte de criminales que operan en la sierra, fue investigada a fondo, pero nunca se encontró evidencia alguna ni se pidió un rescate. El caso se enfrió, convirtiéndose en un expediente más acumulando polvo en los archivos de la fiscalía.

Para sus familias, comenzó una tortura de años, una herida abierta que nunca cicatrizó. Publicaron sus fotos en periódicos y en los inicios de las redes sociales, con la esperanza de que alguien, en algún lugar, supiera algo. La historia de “los chilangos perdidos” se convirtió en una leyenda sombría en la sierra, un cuento con el que se advertía a los turistas demasiado confiados.

La Mina de los Secretos

El 19 de julio de 2015, esa leyenda se convirtió en una cruda realidad. Cuando los exploradores reportaron el hallazgo en la mina abandonada, el caso explotó en los medios nacionales. La fiscalía reabrió el expediente, esta vez bajo la carátula de privación ilegal de la libertad y homicidio.

Un equipo de peritos forenses fue enviado a la mina. La escena fue procesada con un cuidado extremo. El análisis de ADN en un cepillo de dientes confirmó que el campamento era de la pareja. Pero las pruebas más impactantes vinieron de los objetos “imposibles”. En una botella de agua fabricada en 2013, se encontró un perfil de ADN mixto: el de Sofía y el de un hombre no identificado, que no correspondía a ningún registro en las bases de datos criminales del país. En una de las latas de frijoles se recuperaron huellas dactilares parciales.

La conclusión era escalofriante: alguien más había estado en esa mina. Alguien había estado llevándoles provisiones años después de que desaparecieran. ¿Fueron Javier y Sofía mantenidos cautivos en esa oscuridad, a merced de un carcelero desconocido? ¿Por cuánto tiempo? La noticia destruyó la última y remota esperanza de sus familias, sumergiéndolas en una nueva pesadilla.

El misterio de la pareja capitalina ha pasado de ser un caso de desaparición a una investigación con una pista tangible pero enloquecedora. Los cuerpos de Javier y Sofía nunca fueron encontrados, ni en la mina ni en sus alrededores. Hoy, las preguntas son más oscuras que nunca. ¿Quién era el visitante de la mina? ¿Y cuál fue el destino final de la pareja, cuyo secreto parece estar enterrado para siempre en el corazón silencioso e implacable de la Sierra Tarahumara?

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